En medio de la emergencia sanitaria por el Covid-19, vale mucho la pena reflexionar a profundidad (sin politiquería, pues) la necesidad de que un proyecto como el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI) se afiance al 100 por ciento en nuestro país.
Hace unos meses, quien escribe planteó en una columna que el INSABI es la madre de todos los proyectos sociales del presidente Andrés Manuel López Obrador. Por pura grilla política, desde su gestación este proyecto fue ninguneado, saboteado, desprestigiado, difamado y entorpecido para que no pueda desarrollarse a plenitud, por ningún otro motivo que la llamada “AMLOfobia” conservadora.
En un país donde un gran sector de pudientes aspira a ser como Estados Unidos, no deberíamos pretender copiar precisamente una de las grandes falencias de la nación anglosajona: la privatización de la Salud pública (mediante seguros), y en cambio, deberíamos buscar que el Estado por fin nos otorgue un sistema sanitario público universal, gratuito, no discriminatorio, y sobre todo, de calidad.
Tras un periodo neoliberal que debilitó el sistema de Salud pública con la finalidad de darle el tiro de gracia y privatizarlo, con el claro ejemplo de la corrupción que distinguió al coloquialmente llamado “Ni Seguro Ni Popular”, la apuesta mexicana de ciudadanos de todas las condiciones económicas, edades y filiaciones políticas, debería ser consolidar este proyecto que otorga servicios sanitarios a todos, sin distinción.
Y es que la población en general, en menor o mayor medida, somos pagadores de impuestos de alguna manera u otra. Estar dado de alta ante el SAT no es la única forma en que nosotros como mexicanos aportamos a la Hacienda Pública. Lo hacemos a través del consumo de gasolina, alimentos y otros servicios, independientemente de si nuestro empleo es formal o no.
Un INSABI funcionando al 100 por ciento, habría sido un plus para que nuestro país enfrentara la pandemia del Coronavirus en mejor forma. Entre gobernadores que intentaron sabotearlo, algunos otros que vieron en éste la forma de arreglar sus malas cuentas del “Ni Seguro Ni Popular”, y gente que se quejaba del desabasto pero no denunciaba las fallas, los meses se han desperdiciado, sin que al momento tengamos la coordinación que pudo haberse logrado sin guerra sucia, situación que será un obstáculo más para el ideal funcionamiento de un sistema sanitario que pretende resurgir de las cenizas.
Se nos ha olvidado, dado el acaparamiento de la agenda nacional de las últimas semanas por parte de este virus, que un sector antilopezobradorista se desgarró las vestiduras por la llamada “rifa del avión”; un aparato ostentoso, correspondiente a otros niveles de vida, no al mexicano, cuyo costo bien pudo ser utilizado en inversiones verdaderamente benéficas, como la construcción de más clínicas y/o hospitales, o el mejor equipamiento de ellos.
El Gobierno de AMLO ha batallado en reinaugurar varios de los elefantes blancos que llamaban hospitales en anteriores sexenios, cascarones que nada tienen que ver con la visión de lo que debería ser el INSABI.
Sin embargo, más allá de la politiquería y la “AMLOfobia”, en las semanas de campaña sucia contra el INSABI, se llegaron a notar ciertas actitudes no solo malinchistas, sino suicidas, de compatriotas que, tal vez por su posición económica acomodada, ven el pago de un servicio médico privado como algo cotidiano.
Escapa de su vista que la comodidad financiera no es eterna y que, algún día, necesitarán servicios de salud públicos como cualquier otro connacional. El Covid-19 es el pretexto perfecto para darnos cuenta que necesitamos un INSABI robusto y sano.