Kate McKean, vicepresidenta de la agencia literaria Howard Morhaim, escribió un texto que tituló con la respuesta que frecuentemente tiene que darles a todos aquellos que se le acercan con una propuesta literaria que juzgan interesante: “No, tu historia no da para un libro”.
Publicado originalmente en inglés en The Outline (theoutline.com), el artículo fue traducido al español por María Luisa Rodríguez Tapia y reproducido en la sección Ideas de El País.
En verdad, hay mucha gente a la que le han dicho que debería escribir un libro porque le han sucedido cosas extraordinarias, o a quien han animado a que relate sus memorias. Abundan quienes tienen una imaginación brillante, y más de alguno les ha dicho que deberían escribir una novela. Madres que entretienen maravillosamente a sus hijos con las historias que les cuentan a la hora de dormir, no tienen por qué dedicarse a escribir cuentos para niños. Ni todo aquel que cree saber cómo debería marchar el mundo, tiene por qué vaciar esas ideas en una antología de ensayos. En pocas palabras, no todo el mundo lleva un libro dentro.
Como agente literaria, McKean está convencida de ello. Su trabajo “a tiempo completo consiste en encontrar nuevos libros y ayudar a que se publiquen”. Sin embargo, entiende que cuando a la gente le dicen que deberían escribir un libro, lo más seguro es que el mensaje correcto sea:
“‘Apuesto a que alguien -aunque probablemente no yo, que ya me la sé- estaría dispuesto a pagar por oír esta historia’. Cuando alguien dice ‘deberías escribir un libro’, no está pensando en un objeto físico, con una portada, algo que un ser humano ha editado, corregido, diseñado, comercializado, vendido, enviado y colocado en una estantería. Esos animadores, solícitos y bienintencionados, rara vez saben cuál es el proceso por el que una historia se convierte en palabras impresas”.
No toda historia es un libro
Es entonces cuando el artículo de McKean se vuelve realmente interesante porque describe algo que desconocen los promotores de buena fe y “tal vez la mayor parte de los escritores primerizos”. Esto es, que no toda historia es un libro.
“Una historia puede ser cosas que han pasado, adornadas para hacerlas más interesantes, pero eso no es un libro. Muchas historias no son buenas hasta el final. Algunas -incluso algunas historias reales- son difíciles de creer. Otras son simplemente demasiado cortas, no tienen suficiente tensión o, francamente, no son tan interesantes. Las historias que contamos para entretener a nuestros amigos y familiares pueden resultar extraordinariamente aburridas para quienes no nos conocen. Esas historias no son un libro.
“Un libro también puede consistir en cosas que han pasado o que nos habría gustado que hubieran pasado, adornadas para hacerlas más interesantes, pero con eso no basta. Se necesita un relato contado ingeniosamente en unas páginas, diseñado para el lector. Un libro tiene un planteamiento, un nudo y un desenlace, y mantiene atrapado al lector durante las cinco, seis, o diez horas que se puede tardar en leerlo, porque, si a la mitad se vuelve aburrido, la mayoría de la gente lo deja.
“Un libro, publicado por un editor clásico para ser vendido en una tienda, tiene un mercado definido, y un tipo de lector como objetivo, y ese lector es alguien que suele comprar libros, no una persona hipotética a la que el editor piensa cazar en la calle.
“Puedes contarle una historia a cualquiera que quiera escucharla. Pero para escribir un libro por el que la gente esté dispuesta a pagar o a desplazarse a la biblioteca pública para leerlo, es necesaria una perspicacia que pocos narradores poseen. Esto no es un show con un solo protagonista. Se trata de entablar una relación con el lector que muchas veces tiene un pie fuera de la historia”.
Escribir es realmente difícil
Lo que Kate McKean quiere decir es que escribir es duro:
“¿Se acuerdan de cuando teníamos que hacer redacciones en el colegio? ¿Recuerdan sudar para escribir esas 1,000 palabras, o tres páginas, o el límite aparentemente arbitrario que hubiera decidido el profesor? ¿Recuerdan cómo usaban un tamaño de letra más grande y hacían los márgenes más anchos? Con un libro no puedes hacer eso.
“A menudo me mandan historias que son demasiado largas o demasiado cortas para la industria editorial, y eso las convierte en malas candidatas para acabar siendo un libro. La media de una novela, tanto para adultos como para niños, es de un mínimo de 50,000 palabras, el equivalente a 50 redacciones de tres páginas. Un libro más corto no cuesta menos a los editores -y esto se debe a un montón de motivos demasiado aburridos para ser detallados aquí-, y no, tampoco es más barato editar libros electrónicos (en serio, no sale más barato).
“Si usted es un escritor con querencia por la épica y piensa que la clave consiste en dividir su saga de fantasía de 500,000 palabras en cinco libros, se equivoca también. Un editor no quiere ni oír hablar del segundo libro hasta que no ve cómo se vende el primero. Y, si el desenlace de la historia se retrasa hasta el volumen cinco, solo logrará conseguir lectores decepcionados. Escribir -simplemente poner las palabras en la página- es difícil. Punto. Y todavía más difícil es escribir con suficiente maestría como para hacer disfrutar a otros”.
Una vez establecido qué es un libro, McKean procede a explicar cómo se hace un libro en un entorno profesional y mercantil. Pero de eso hablaremos mañana.
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