Ocupados como estamos periodistas y políticos en reseñar la fractura –dentro y fuera del Congreso local– de lo que fue la coalición Juntos Haremos Historia, hemos pasado por alto lo que para muchos ya no es objeto de interés: la agonía del PRI.
La elección de Enrique Rojas y Esperanza Hernández como presidente y secretaria general del comité directivo estatal, no despertó el entusiasmo de lectores y cibernautas. Es más, ni siquiera emocionó a los priistas.
Ello no obstante que, en corto, algunos se desgarraron las vestiduras por el nombramiento de Kike, a quien identifican como anguianista (pero también, los que recuerdan sus orígenes partidistas en la Villa como regidor en el Ayuntamiento que presidía Adrián López Virgen, como fernandista) y a quien describen como un político con visión patrimonialista del poder.
Pocos priistas miran la designación como un reconocimiento a la rentabilidad electoral de Kike, a su trayectoria política o a su desempeño como directivo del Partido.
Y sin embargo, en 2015 Rojas consiguió recuperar la diputación federal por el primer distrito que había estado en manos de panistas, en una sorprendente operación política dado el aparente descrédito con el que había terminado su administración municipal.
Como alcalde con licencia de VdeA, Kike pudo superar en votos a la muy competitiva candidata del PRD, Indira Vizcaíno, que había sido edil en Cuauhtémoc.
En cuanto a su carrera política, Rojas fue sucesivamente diputado local y alcalde de la Villa, antes de la diputación federal. Y como dirigente partidista, ha sido líder municipal y estatal de la CNOP, el Sector Popular del PRI.
Para los comicios de 2018, fue delegado del partido en el municipio de Manzanillo, donde ciertamente no tuvo buenos resultados.
UN MUERTO VIVIENTE
¿Por qué entonces despertó tan poco entusiasmo la llegada de Kike al PRI?
Entre los priistas corre un chiste: tanto desprecia Nacho Peralta al partido que lo llevó a la gubernatura, que designó a Rojas como presidente estatal para acabar de enterrarlo.
Los menos crueles piensan que le dieron el PRI a Kike como consolación, porque no lo quisieron llevar al gabinete de Peralta Sánchez como secretario de Movilidad.
Para colmo de males, nadie parece haberle advertido a Kike que la idea es sepultar al Partido. Mientras en las altas esferas del PRI –tanto políticos de viejo cuño como quienes pertenecen a la élite tecnócrata– existe la convicción de que lo único que se puede hacer con el Revolucionario Institucional es “bajar la cortina”, las bases todavía creen en la supervivencia del tricolor.
Kike debe estar entre los que ven viable la existencia del PRI. Y no sólo porque es el dirigente (como si eso importara) sino porque desde esa posición podría en 2021 refrendar la aspiración que tuvo en 2015, cuando fue uno de los cuadros distinguidos mencionados como precandidatos a la gubernatura.
Que el dirigente del Partido sea el candidato al Gobierno es algo natural en los regímenes parlamentarios, aunque en el presidencialismo mexicano esta hipótesis se cumplió hasta 2006 cuando Roberto Madrazo Pintado obtuvo la nominación junto a otros dos ex líderes partidistas: Felipe Calderón Hinojosa, del PAN, y Andrés Manuel López Obrador por el PRD.
En las actuales condiciones, la potencialidad que tiene la dirigencia partidista para convertirse en una candidatura al gobierno de Colima era el argumento que daban los liderazgos priistas que impulsaron la posibilidad de que Mely Romero Celis fuera presidente del comité directivo estatal, a partir de la idea de que la hoy secretaria de Gestión Social del CEN del PRI sería mucho más competitiva que otros cuadros del tricolor.
Siguiendo la hipótesis del desdén de Nacho Peralta hacia su propio partido, hay quien diría que el Gobernador designó a Kike como gerente del PRI estatal para impedir que el tricolor tenga por sí solo un candidato viable a la gubernatura, pues el proyecto de sucesión, ya lo hemos dicho, tiene como eje cualquier otra fuerza partidista. De derecha o de izquierda, no importa. Pero no el PRI al que los neoliberales ven como un muerto viviente.
SOMOS CAUSAHABIENTES
Nos dice un priista que sin duda le debe mucho al partido: lo más fácil es liquidar al PRI y reagrupar a sus huestes en una nueva fuerza que recupere el proyecto social demócrata que suscribió el tricolor hasta 1988, cuando cambió su ideología para ajustarla al modelo económico neoliberal.
El partido que gobernó con Peña Nieto fue derrotado por una fórmula populista que, en eficacia electoral, supera por mucho a la mecánica clientelar del viejo PRI.
Morena le dijo a la gente lo que quería oír y le hizo promesas que respondían a viejos reclamos ciudadanos: contra la corrupción institucionalizada, la impunidad de la delincuencia organizada o la insensibilidad política ante la cada vez más profunda inequidad social, por señalar algunos.
El PRI neoliberal pasó las últimas tres décadas pidiéndole a la gente sacrificios en aras de una modernidad y un desarrollo que nunca llegó a los sectores populares ni a las clases medias.
Que el INE le quite el registro al comprobarse lo dicho por el Chapo Guzmán en el tribunal de Nueva York –que hubo dinero del narcotráfico en la campaña de Peña Nieto–, sería la oportunidad magnífica para bajar la cortina sin que acusen a los dirigentes de traición.
Cambiarle de nombre, inventar un acrónimo que sustituya a las siglas, descararse como un partido “orgullosamente neoliberal” como hizo cuando postuló a un personaje como José Antonio Meade a la Presidencia de la República, no es suficiente. El PRI ya está en fase terminal.
Si tras la derrota de Labastida en 2000, José Antonio Crespo se preguntaba en un libro ¿Tiene futuro el PRI?, con el triunfo de Morena en 2018 la cuestión vuelve a ser pertinente.
No hace mucho, un amigo me sorprendió con una sospecha: la intención de Claudia Ruiz Massieu al hacerse de la presidencia del Partido no es convertirlo en un baluarte del salinismo, sino liquidar la antigua paraestatal y quedarse con el producto de la venta de su patrimonio.
El PRI perdió buena parte de sus ingresos por prerrogativas de ley (que se otorgan en función de las posiciones de representación popular que tienen) y por cuotas de sus cuadros instalados en posiciones de gobierno, pero tiene en su haber incalculables bienes inmuebles. Aunque sean fierros oxidados, nada más el terreno de la Calzada Galván donde se iba a construir la sede estatal en Colima vale mucho dinero.
Si desaparece el PRI como instituto político, las bases priistas podrían reclamar su parte como causahabientes pues el partido les pertenece a todos. Pero visto que ese patrimonio inmobiliario se construyó con recursos fiscales, creo que el Estado tendría que reclamar la parte correspondiente a la sociedad mexicana que con sus impuestos pagó esos terrenos y edificios.
Si el terreno de la Galván vuelve al erario, en Colima le perdonamos al PRI las rentas que por años no pagó el comité estatal por el edificio de La Concordia o el municipal de Comala por el hoy auditorio Juan Rulfo.