A cuatro años de su partida, amigos y familiares nos reunimos este lunes 21 de mayo a recordar al educador, político y periodista que fue Jorge Humberto Silva Ochoa.
Y en el reconocimiento al impresionante legado que dejó el hombre a quien hemos llamado “forjador de instituciones” e, indudablemente, “fundador de la moderna Universidad de Colima”, no podemos en este aniversario luctuoso dejar de preguntarnos si la política, el periodismo y la educación habrían seguido el rumbo que tomaron en el estado de haber estado vivo y actuante el licenciado Humberto.
Silva Ochoa fue el iniciador y líder histórico de un movimiento juvenil que, a partir de la Federación de Estudiantes Colimenses, fue determinante para la transformación de nuestra máxima casa de estudios.
Con visión de futuro, comandó la lucha para conseguir la autonomía universitaria y la paridad en el Consejo Universitario, máximo órgano de gobierno de la UdeC, que permitieron el crecimiento y el desarrollo académico de la Universidad.
Incluso antes de llegar la Rectoría, en una gestión que se prolongó diez años entre un interinato y dos periodos ordinarios, se podría afirmar que hubo un antes y un después en la historia de la Universidad de Colima gracias a Humberto Silva.
Con el compromiso social que heredó de sus padres y tíos, destacados maestros y representantes de la Escuela Rural Mexicana, Humberto Silva fue pionero de la educación técnica en Colima, que impulsó en los niveles medio (secundaria) y medio superior (bachillerato), y que no habría alcanzado el nivel superior sin el empeño que el entonces director de la 80 puso y que redundó en la creación del Instituto Tecnológico de Colima.
En plena madurez, desde la Secretaría de Planeación del Gobierno del Estado (en el cual como sabemos fue secretario general de Gobierno y titular de la Secretaría de Desarrollo Social en sucesivas administraciones) haría las gestiones para fundar la Universidad Tecnológica de Manzanillo.
Silva Ochoa fue constructor de instituciones políticas y educativas (habría que agregar también el término de instituciones periodísticas), a partir de un ideal de la educación como factor de movilidad social y de un anhelo democrático, siempre en la búsqueda de la justicia social.
El arte de la política:
En los tiempos de polarización política que corren, cuando los mexicanos se dividen entre el impulso a transformar la República o continuar por el camino recorrido bajo la lógica de “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, es necesario ponderar la actitud conciliadora de Silva Ochoa.
En plena elección presidencial, resultan vigentes muchos de los análisis políticos que hizo sobre las coyunturas de 2006 y 2012, porque el dilema electoral es el mismo: aparentemente los mexicanos debemos optar entre la continuidad y el cambio, entre la supuesta Estabilidad y la temida Revolución, cuando la verdad es que las circunstancias nos apremian a una Reforma del Estado, ese Estado que ha sido socavado por la corrupción, la ineficiencia y la impunidad.
En estos tiempos en que los gobiernos persiguen a los actores políticos que se sienten empujados hacia el radicalismo, y se les descalifica con adjetivos sacados del libreto de la guerra fría, se extrañan voces como la de Humberto Silva que llamaban a la cordura.
Silva Ochoa fue, en todos los espacios donde actuó, un factor de equilibrio entre posiciones encontradas y aparentemente irreconciliables. Abierto al reformismo, no creía en la destrucción de las instituciones sino en la refundación de aquellas que habían perdido su mística.
Quizá por eso abrazó con tanto entusiasmo la ideas de Luis Donaldo Colosio, con quien colaboró como secretario adjunto en el Partido Revolucionario Institucional.
En esta etapa de gobiernos divididos, con partidos que han renunciado a su ideología en aras de un pragmatismo que les permita conservar el poder o conquistarlo, resulta urgente poner sobre la mesa los puntos en común que tienen los diferentes proyectos de nación, más que las diferencias.
Hombre de Estado, Silva Ochoa siempre creyó en la posibilidad de transformar al sistema político. Estaba convencido que, por encima de las diferencias doctrinales, el oficialismo y la oposición debían buscar ante todo el bienestar de la gente.
Como secretario general de Gobierno y como líder de la mayoría en el Congreso, nos enseñó que el arte de la política consiste en ir encuentro de los problemas, no esperar a que se resuelvan solos.
Ideas vigentes:
Aun cuando el diagnóstico médico era pesimista, en su cama de hospital me dictó su última columna política, Interés Público, consciente de que se habían roto los pactos sociales y no acabamos de construir otros nuevos.
La noche de este domingo, como muchos de quienes lo conocimos y aprendimos de él, me preguntaba al terminar el segundo debate de los candidatos a la Presidencia qué habría opinado Humberto Silva de lo ahí expuesto y de la manera en que lo expusieron.
El mejor elogio que he recibido es de quienes me han dicho que, con los años, aprendí a pensar un poco como Humberto Silva. Era difícil sustraerse a su influencia. De manera natural, fue un formador de cuadros. Y su influencia en los jóvenes se explica porque su pensamiento no envejeció. Se mantuvo actualizado, bien informado. Se entendía con las distintas generaciones y podía interactuar con gente de todas las edades.
En una ocasión, cuando en un editorial yo me empeñaba en hablar de “la señora presidente”, el director general del periódico Ecos de la Costa decidió que era sensato hablar de “la presidenta”, aunque sonara feo y aunque todavía no lo aceptara la Academia de la Lengua, que terminó aceptando el uso de la palabra.
Y cuando se desató en Colima la polémica por la figura jurídica que debía amparar el derecho de las parejas del mismo sexo a legalizar su unión, señaló que debíamos hablar de matrimonio civil y no de “enlaces conyugales” como se planteaba en el Congreso para no ofender a la jerarquía eclesiástica.
Amigo y mentor:
Hombre modesto, de gustos sencillos y buen comer, saboreaba lo mismo un tejuino que un licor caro. De lenguaje llano, no exento de sarcasmos, era un bromista de humor ácido, pero nunca hubo odio en sus palabras.
Como todos recuerdan, no tenía apuración. Disfrutaba de una conversación que empezaba en el desayuno y bien podía concluir en la comida.
Una de sus facetas menos conocidas fue su gusto por la música. Bohemio, cuando las ocupaciones le permitieron gozar de más tiempo libre recuperó su afición a la guitarra y se esforzó por dominar el requinto.
Las tocadas en casa de Humberto Silva eran ensayos de una presentación que nunca ocurrió, y descubrimiento de voces y acompañamientos musicales, a ritmo de bolero.
Recién egresado, cuando la situación familiar me urgía a conseguir un trabajo, el rector de la Universidad de Colima me contrató como profesor y editor sólo porque había leído un artículo que publiqué en el suplemento CartapacioS. Después me dio muchas de las oportunidades laborales y profesionales con las que fui haciendo una carrera.
Lo dije hace cuatro años y lo reitero: fue mi amigo, mi mentor y mi jefe. Y yo lo quise como se quiere a un padre.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com.
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