La dichosa palabra

¿Viene la palabra “Willa” en el libro?, le pregunto a Laura García Arroyo, autora de Funderelele y más hallazgos de la lengua(Destino, 2018) que ayer fue presentado en Colima, jugando con la palabra “güila”, una forma coloquial de llamar a las prostitutas en México que suena igual al nombre asignado a uno de los dos huracanes que este lunes 22 de octubre, cuando se realizó la entrevista, amenazaban las costas del Pacífico.

“No, no viene, porque es una palabra que ustedes conocen”, responde a la broma la lexicóloga, traductora, editora y conductora de radio y televisión, conocida ampliamente por su participación en el programa de Canal 22 “La dichosa palabra”.

“Las palabras que están metidas en este libro siguen tres criterios: La primera es que no fueran conocidas por la mayoría de la gente, pero que se refieran a objetos muy cotidianos”. Es decir que nombren objetos que nos rodean o describan acciones que todos hacemos.

La segunda, “no tecnicismos ni academicismos”, sino cosas que solemos referir con una definición, no con una palabra.

“Y la tercera es que yo tuviera una historia con ellas, que pudiera contar una historia de cómo llegaron a mi vida, cómo las conocí, quién me regaló esas palabras, para así demostrar que las historias que tenemos con las palabras son nacidas de las relaciones afectivas que construimos con ellas”, dice esta madrileña que llegó a México en 2000 para dirigir la división de diccionarios de Grupo SM.

“Si yo no tengo una historia con esa palabra, no podría escribir un ensayo contando qué me une a esa palabra. Todas tienen una reflexión o una historia autobiográfica, una curiosidad etimológica y léxica que me interesaba destacar.

“Son palabras que el 90 por ciento están en el diccionario, no están inventadas aunque lo parezcan, pero no son conocidas porque han sido olvidadas, están en desuso, por ahí dormidas. Y lo que yo pretendo con este libro es despertarlas, alargarles un poco la vida. Meterlas otra vez en una conversación que, creo, se está limitando a un vocabulario cada vez más limitado y generalizado.

“Utilizamos ahora palabras que podrían servir para describir muchas cosas. Estamos perdiendo los matices, las acotaciones, las particularidades de cada palabra. Y he querido con este libro llamar la atención respecto a que tenemos un vocabulario muy rico, extenso, al que estamos reduciendo por flojera”.

La palabra como regalo:

El diccionario está lleno de palabras que ya no usamos porque nombraban objetos u acciones que ya no están presentes en la vida cotidiana. Lo curioso es que ignoramos cómo se llaman muchas cosas que se siguen usando, como el funderelele: esa “máquina con forma similar a la cuchara, dotado de un mecanismo, creado específicamente para darle forma de bola al helado” (según el diccionario.sensagent.com).

“Hay muchos tipos de diccionario, pero no hay uno solo que tenga todas las palabras”, acota Laura García, quien en 2015 publicó con el sello de SM Editores Enredados: la redes sociales más allá de los memes, una obra pensada para los lectores jóvenes que nos ha sido muy útil a los inmigrantes digitales para entender la jerga que usan las nuevas generaciones en internet.

“Se cree que el español podría estar compuesto por más o menos 300 mil palabras, lo cual es mentira porque los regionalismo no están metidos ahí o, por ejemplo, si los verbos aparecen en infinitivo sus conjugaciones son palabras distintas.

“El diccionario de la Real Academia Española, el que más palabras tiene, registra unas 80 mil. No están todas. Y es un diccionario normativo, no es de uso. Todas las palabras coloquiales y de moda que usamos, no van a estar en un diccionario normativo, sino en uno de uso, cuya característica es aportar al idioma que contiene las palabras que se usan en ese momento.

“Si hay palabras arcaicas, no las vas a encontrar en un diccionario. Si son técnicas, sólo que se hayan utilizado en los últimos diez años. Dependiendo de para qué quieras usar el diccionario, vas a tener que seleccionarlo porque no hay uno solo que contenga todas las palabras.

“Y, sin embargo, nuestro vocabulario personal está compuesto por unas dos mil palabras. Estamos perdiendo todo ese vocabulario tan amplio del español por no usarlo. De ahí que mi aporte para detener eso fue escribir un libro como Funderelele con el que pretendo demostrar que estamos rodeados de palabras, y que las palabras están en todas partes, no sólo en los libros y en las escuelas, sino que te las puede dar un mesero, el despachador de gasolina, el doctor o cualquier persona con la que sostengas una conversación en el mercado.

“Nuestra abuelita, nuestros hijos, cada quien tiene una palabra que aportar a otro. Y ser embajador de las palabras, que tú le regales una palabra a otra persona te convierte en alguien especial para ella. Este libro es un homenaje a las personas que me han regalado palabras, queriendo o sin querer.

“Con esa ampliación de vocabulario yo he logrado también ampliar mi manera de ver el mundo. Funderelele es una invitación a que cada quien haga su historia con una palabra, que describa su relación con ella y haga un ejercicio de memoria para ver dónde empezó su historia con esa palabra y cómo ha ido avanzando.

“Es también una invitación a jugar con el lenguaje, a observarlo, a estar atento a las palabras. Pasamos de largo y no nos damos cuenta que ahí había una palabra útil y hermosa. Aunque no todas las palabras son bonitas o se refieren a conceptos bonitos, todas las palabras que elegí me decían algo porque eran sonoras, tienen musicalidad, ritmo.

“Me gusta fijarme en el sonido de las palabras, en la ortografía, en cómo se ven estéticamente, no tanto buscar los significados. Para profundizar en las palabras hay que tomarlas como si fueran seres vivos”, señaló Laura García.

No es un diccionario:

Jugando con el abecedario se han hecho interesantes ejercicios de escritura. Carlos Fuentes publicó en 2002 En esto creo(Seix Barral), una autobiografía literaria estructurada como un diccionario de la vida, con 41 voces de la A a la Z que comienza con “Amistad” y termina con “Zurich”.

Los grandes diccionarios personales, escribió Nicolás Cabral en la reseña de Letras Libres a ese libro, consiguen “dar a las voces reunidas significados o matices que las reinventan”, algo que según el crítico de una revista que no quería al autor de La región más transparente, Fuentes no alcanzó.

Y en 2013 Alfaguara publicó Cortázar de la A la Z, un álbum biográfico en el que los editores Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga recurren al alfabeto como una manera de “ordenar/desordenar” los materiales: fragmentos, manuscritos, facsimilares.

Un poco como en su novela Rayuela cuyos capítulos se pueden leer en orden numérico o, bien, siguiendo las claves que proporciona el autor, este libro sobre la obra de Cortázar puede leerse en la forma corriente (de la A a la Z) o salteada, “siguiendo la espiral de la curiosidad o del AZar”, apunta Álvarez Garriga.

Contra esa idea, Laura García no pretendía hacer un diccionario temático: “Dar una palabra y su significado me parecía muy pobre. Funderelele no es un diccionario: hay 71 palabras y muchas de la A y de la C, pero ninguna de la Ñ o de la K.

“No pretendía tampoco seguir el orden alfabético, de hecho está inverso: empieza en la Z y termina en la A, por un simple guiño al lector y un juego.

“Todo el mundo te sabe decir el abecedario al derecho, pero no cuando comienzas por la Z. Nadie pasa de la U cuando quieren recitar el alfabeto al revés”.

Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com

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