Todos quienes someten su actos cotidianos a lo que dictan textos sagrados como la Biblia, “de un incuestionable carácter literario”, saben que la literatura es algo más que entretenimiento.
“Incluso en tiempos del best seller y de las novelas sumisas que buscan complacer por encima de todo” –escribe Iñaki Esteban en La Rioja–, las narraciones “sirven para que los lectores se planteen cómo actuar ante determinadas situaciones”.
En ‘Los lectores se contagian del poder de La Peste’ (https://www.larioja.com/culturas/libros/lectores-contagian-poder-20200314140533-ntrc.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F), aparecido el sábado 14 de marzo de 2020, Esteban atribuye a esa fuerza y poder de la literatura el hecho que, ante el estallido de la crisis del coronavirus, la memoria colectiva se acordara “del libro de los libros contemporáneos sobre las epidemias”.
La peste de Albert Camus fue publicado en 1947, en plena posguerra mundial. Obra de catálogo en la editorial Gallimard, lectura obligatoria en el bachillerato francés e infaltable en la biblioteca de todo hogar galo, para finales de enero las ventas en Francia alcanzaron mil 700 copias en una semana, un alza del 40% respecto a la cantidad vendida en un año. En Italia, las ventas en Amazon aumentaron 180%. Y es que, como apunta el reseñista: “En tiempos de reclusión”, esa novela “abre una ventana para asomarse al mundo”.
RATA MUERTA EN LA ESCALERA
Según Iñaki Esteban, el libro se presta a una lectura en paralelo respecto a la propagación del coronavirus. La peste comienza en Orán, en la todavía colonia francesa de Argel, en algún momento de la década de los cuarenta.
Camus, que era natural de ese país norteafricano -e hijo de menorquina-, hace una descripción de la ciudad al comienzo de la novela que marca el tono opresivo de una narración en la que cada párrafo tiene al menos una segunda lectura:
“Orán es «sucia» sin pájaros, árboles ni jardines. En ella, lo único que cambia en las estaciones es el cielo. Lo demás permanece inmutable en un paisaje física y mentalmente árido que se despierta con violencia cuando estalla la epidemia descrita por Camus, con ecos de la peste que asoló la ciudad en 1849.
“Pero la novela es más de personajes que de paisajes. El principal, el doctor Bernard Rieux, se tropieza con una rata muerta en la escalera del edificio donde vive. Es el primer indicio, compartido al día siguiente con pacientes y amigos, que empiezan a hablar de una plaga de ratas, a la que sigue la epidemia de peste.
“El portero del edificio de Rieux es la primera víctima y muere a los pocos días. El médico consigue de la prefectura que se forme una comisión sanitaria. Prueban distintos remedios, que alargan la vida pero no curan la enfermedad. Aunque entregándose a los enfermos encuentra un sentido a su vida, se pregunta si lo único que está consiguiendo es alargar el dolor.
“Las autoridades ponen a la ciudad en cuarentena. Nadie puede entrar ni salir. Como héroe moral de la novela, el médico se expone al contagio para ayudar a los otros. Hay personajes más ambiguos, como el periodista Rambert, que está de paso por Orán y quiere escaparse de ella por cualquier medio. Cuando puede hacerlo, cambia de opinión y comienza a colaborar con el médico.
“El comportamiento de la gente varía desde el más puro egoísmo a la entrega sin límite. Uno de los personajes principales, Tarrou, la última víctima de la epidemia, se refiere así a la condición humana: «Esa porquería de enfermedad. hasta los que no la tienen parecen llevarla en el corazón».
“La peste cede, se abren las puertas de la ciudad y se organizan fiestas para celebrarlo. Muchos lectores han visto en el libro una alegoría de la propagación del nazismo, de la resistencia ante él y de su derrota. También se ha interpretado como una sobre irracionalidad de la existencia, sobre los golpes mortales que llegan sin haberlos buscado ni merecido. Y hay más. Por eso La peste es inagotable”, resume Iñaki Esteban.
ATMÓSFERA DE MIEDO
Leí La peste a mediados de los años 80, cuando la pandemia que se temía era el SIDA. La novela me permitió entender la atmósfera de miedo que se vivía en esos años en México, donde ya se empezaban a presentar casos propios y no sólo los importados.
El contagio del VIH que se acababa de identificar casi simultáneamente en Francia y Estados Unidos, había dejado el círculo de los hombres homosexuales para extenderse a toda la población.
Estaban en riesgo no sólo las personas sexualmente activas sino todos aquellas que recibieran una transfusión de sangre no segura y los adictos a la heroína y otras drogas que compartieran agujas.
Pero la mayoría ignoraba esta situación y había una paranoia respecto a dónde te podías contagiar: una alberca, el baño público. Aprendimos que no debíamos compartir cepillo de dientes ni rastrillo, pero qué pasaba con la pastilla de jabón o el rollo de papel higiénico.
Contradictoriamente a las actuales medidas de establecer una sana distancia con los demás, en aquellos años se invitaba a familiares y amigos de personas infectadas a abrazarlas, saludarlas de mano y besarlas en la mejilla, porque ese contacto que no implicaba riesgo de contagio haría sentirse querido a un paciente que se sabía condenado a muerte.
EL EXILIO EN CASA
“Volví a leer La peste de Albert Camus esta semana para animarme un poco en tiempos de coronavirus y ver qué lecciones se podrían extraer”, escribió John Carlin en su columna Zoom que publica en Clarín.
En ‘El coronavirus, de La peste de Camus a nuestros días’ (https://www.clarin.com/opinion/coronavirus-peste-camus-dias_0_FEb4pGY5.html), Carlin dice que “la primera lección me sacudió por su verosimilitud: …la respuesta a las primeras señales de una enfermedad contagiosa suele ser como fue la mía a la que nos aflige hoy: querer creer que no va a incidir demasiado en el flujo normal de la vida”.
“La pestilencia,” escribe Camus, “es, de hecho, muy común, pero nos cuesta mucho creer en la pestilencia cuando desciende sobre nosotros.” El Dr. Rieux tampoco quiere creer inicialmente en la seriedad de lo que se le viene encima. “Se encontraba dividido entre la ansiedad y la confianza. Cuando estalla la guerra la gente dice: ‘No durará, esto es demasiado estúpido’.”
Hasta que se empiezan a acumular los muertos y llega el punto en el que ya no puede seguir todo igual y la peste, que no es opcional como las preferencias políticas, se convierte “en asunto de todos”, reseña Carlin.
La ciudad entra en cuarentena, el transporte y la economía se detienen y los individuos se retiran del mundanal ruido a sus hogares, lo que Camus llama “el exilio en casa”.
SOCIAL DISTANCING
Lo que ocurre a continuación en La peste, “es lo que está ocurriendo hoy con el coronavirus. La gente deja de hacer planes. Empieza a vivir a la espera en un incierto presente”, escribe Carlin.
En cuánto a lo esencial para combatir la plaga, la respuesta de Camus es sencilla: “Con decencia”. En el caso del coronavirus, respetando al prójimo; manteniendo las distancias. “Social distancing es la consigna en boga en el mundo anglosajón”. Decencia hoy es seguir las recomendaciones de las autoridades.
Pero otra advertencia que nos ofrece el libro de Camus es no volverse locos. “Nada de pánico,” escribe, “ante todo nada de pánico.” Un ejemplo de pánico sería la indecencia de vaciar los supermercados. Otro sería creer que contraer el coronavirus es el fin del mundo, cuando la ciencia indica que el 80 por ciento de los contagiados sufren molestias leves, explica Carlin.
Y añade: no hay motivos para sucumbir al miedo, si obedecemos las nuevas reglas de la distancia social el riesgo no será tan grande y la proporción de víctimas no superará la de Hubei”.
Y aun cuando medio mundo se acabara contagiando, “un día esto acabará, como la peste que retrata Camus y todas las pestes que ha sufrido el mundo desde tiempos de los faraones. En el peor de los casos, aprenderemos a convivir con el coronavirus, como con tantas otras enfermedades, algunas más letales que otras”.
MANTENER LA DECENCIA
Tendremos que cambiar hábitos: lavarnos más las manos. Pero perderemos la tactilidad: no más saludos con besos, abrazos, palmadas o contacto prolongado de manos a los que estamos acostumbrados en América latina.
“Perder estas costumbres significaría una disminución del tan celebrado calor humano de estas culturas y volverse más inhibido, más inglés. Bueno, más inglés o japonés”, sentencia Carlin.
Lo que no hay que perder es lo que el coronavirus pondrá a prueba: la decencia de la que habla en su libro Camus. Tras observar la miseria, la generosidad, el miedo y la nobleza que la gente exhibe durante la pestilente cuarentena, Camus concluye que “en medio de tantas aflicciones” lo que uno aprende es que “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”, concluye el reseñista.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com. Esta columna también se puede leer en: www.carvajalberber.com y sus redes sociales.