En 2023 se cumplen dos centenarios: el 2 de febrero fue el aniversario número cien del natalicio del arquitecto, diseñador y artista plástico Alejandro Rangel Hidalgo; y este 18 de marzo el nadador, dibujante, periodista y cineasta Alberto Isaac Ahumada habría cumplido un siglo de vida.
La obra de uno y otro es emblemática de la imagen de Colima en el mundo, pero el estilo rangeliano ya es parte de la iconografía local. No sólo son reconocibles sus figuras e inconfundibles sus personajes, sino que nos hemos apropiado de su paleta de colores al grado que pareciera que don Alejandro inventó el rosa del alfajor de coco.
También el paisaje volcánico y marino, la arquitectura decimonónica y de mediados del siglo pasado o las calles de ciudades y pueblos del estado aparecen en las películas que Alberto Isaac filmó. Pero los muchos esfuerzos por incorporar su memoria a la onomástica colimense (pusieron su nombre a un par de escuelas, vialidades, jardines, museos y un monumento funerario) tropiezan con esa inercia al olvido institucional.
En Comala, el pueblo en el que vivió sus últimos años y cuyas estampas plasmó en cuatro películas, un ayuntamiento quitó su nombre de la Casa de la Cultura para poner el de un maestro de música. Esa misma comuna embaló las piezas de la sala donde estaba expuesta parte de la obra gráfica, fílmica y cerámica de Isaac, por lo que hoy se resguarda ese acervo en un recinto privado.
Contra esa ingratitud, la comunidad académica, cultural y cinematográfica del occidente de México le rendirá un homenaje entre el 18 y el 22 de marzo. Conferencias, mesas redondas, presentaciones de libros y proyecciones de sus películas se desarrollarán en distintos foros de la capital: el Museo de Historia Regional, la sala audiovisual ‘Alberto Isaac’ en el edificio de talleres de la Casa de la Cultura o la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima.
DEMASIADO TALENTO
Suele pasar a una persona de tantos y diversos talentos que su grandeza artística no sea valorada suficientemente por sus contemporáneos, como si el poder hacer cosas muy distintas con suma facilidad le restara méritos.
Apodado La Flecha Colimense por los cronistas deportivos empeñados en ver a los atletas como semidioses, Alberto Isaac fue un nadador excepcional que impuso marcas de velocidad a nivel nacional y centroamericano no superadas por varios años. Incluso logró ser campeón en los Estados Unidos, cuando estuvo entrenando en ese país durante la Segunda Guerra Mundial.
Como otros colimenses de su generación, consiguió niveles competitivos y logró hazañas pese a haberse formado en una entidad donde no había instalaciones deportivas. Alberto y otros jóvenes de su edad aprendieron a nadar en los tanques de carga donde las textilerías generaban la presión para mover la turbina de una planta motriz. Cuando ya dominaban la improvisada alberca, el siguiente nivel para esos tritones eran las aguas abiertas. Y para eso tenían el mar.
La gloria deportiva abre muchas puertas, contaba el propio Isaac. Como muchos colimenses de su época, Alberto se había formado como maestro en la Normal de Colima pero ejerció poco la enseñanza. En la ciudad de México, donde nació y a donde regresó luego de pasar su infancia con su familia materna, consiguió trabajo en la sección deportiva de un diario. Y luego se integró al Esto.
PERIODISMO DEPORTIVO
Fundado en 1941 por el coronel del ejército revolucionario José García Valseca, el Esto pronto se convertiría en el soporte comercial de la cadena de periódicos cuyo buque insignia acabaría siendo a mediados de los años sesenta El Sol de México. Renombrada Organización Editorial Mexicana, el gobierno de Luis Echeverría la estatizó y se la vendió a Mario Vázquez Raña.
Cuando Alberto Isaac empezó a trabajar en el Esto, por su temática el diario especializado en información deportiva se mantenía ligeramente a salvo de la cruzada anticomunista en la que García Valseca metió al resto de las publicaciones de la cadena. Sin embargo, no debe haber sido fácil conservar un pensamiento liberal en la empresa de un simpatizante del nacionalsocialismo que recibió La Cruz de Hierro del gobierno alemán.
García Valseca hizo varias aportaciones al diarismo mexicano además de fundar una cadena a imagen y semejanza de la de William Randolph Hearst en Estados Unidos. Algunas las hizo pensando en profesionalizar el oficio, como fue abrir una Academia Teórica-Práctica de Periodismo pionera en el país. Y otras buscando integrar la prensa al statu quo posrevolucionario.
En ese tenor, García Valseca pactó la sumisión de los editores con el Estado mexicano a través del subsidio al papel, tras la creación de PIPSA. Esa alianza entre el cuarto poder y el Ejecutivo federal quedó formalmente sellada durante el primer festejo por la libertad de prensa el 7 de junio de 1951, cuando los propietarios de periódicos rindieron homenaje al presidente Miguel Alemán.
García Valseca tenía entre sus negocios editoriales la producción de historietas, y lanzó el Esto como el primer diario rotográfico de México. En las páginas impresas con esa técnica era más atractivo publicar caricatura. Por eso, después de su paso por la revista Mañana, ahí se dio a conocer como cartonista Abel Quezada, de quien Alberto Isaac llegó a ser muy cercano.
De hecho, fueron concuños. Alberto casó y procreó a su hijo Claudio con la bailarina Lucero Rueda, quien luego adoptaría el apellido Isaac con el que adquirió renombre como escenógrafa y directora de arte. Quezada casó y tuvo tres hijos con Yolanda Rueda. Más allá de la amistad y el vínculo familiar, es inevitable notar cierta influencia estilística y hasta de compromiso social entre el excampeón de natación y el dibujante que concibió a El Tapado.
En la historia de la caricatura política en México, Isaac no es en absoluto un epígono de Quezada. Abel se volvió legendario como disidente (en los cincuenta tuvo que huir a Estados Unidos), pero Alberto no fue menos contestatario aun manteniéndose dentro del sistema.
Como otros de los artistas, escritores e intelectuales orgánicos de la revolución institucionalizada, hizo la crítica desde adentro. Ellos evidenciaron las contradicciones de un régimen autoritario que se proclamaba de corte social, y se identificaron con las causas de izquierda en un periodo de Guerra Fría donde el gobierno mexicano no dudó en alinearse con Estados Unidos.
AL CINE, POR LA CRÍTICA
Siendo el deporte una más de las industrias del entretenimiento, Esto y otros diarios del género combinaban la información de futbol, boxeo o toros con notas del espectáculo. Y en el cine encontraron los periodistas de la farándula una fuente tan noble como el teatro, pero más glamorosa.
Durante la Segunda Guerra Mundial se vivió en el país una época de oro gracias al interés de Estados Unidos para que la cinematografía mexicana superara la capacidad de las industrias argentina y la española –ideológicamente cercanas a Alemania– de conquistar los mercados en español. Y aunque en los años posteriores ya no tuvo el mismo poderío, el cine mexicano siguió siendo un referente internacional no obstante que la temática ranchera acusaba signos de agotamiento.
El amor de Alberto por las películas surgió en su infancia en Colima, donde sus tíos administraban un cine-teatro, se infiere, en el mismo lugar donde después funcionó el cine Diana y que hoy, como el Splendor de la película de Ettore Scola (1989), es una mueblería.
A finales de los años cincuenta, algunos de los críticos que escribían para la revista francesa Cuadernos de Cine decidieron incursionar en la dirección de películas para mostrar en la pantalla lo que postulaban por escrito. En México, Alberto Isaac decidió que era igualmente válido llegar a la realización desde el periodismo cinematográfico.
No fue el único: en 1962 el poeta Jomi García Ascot –fundador de cineclubes y colaborador de revistas de cine– dirigió el largometraje En el balcón vacío, que nunca se estrenó comercialmente pero sí recibió importantes premios. Dos años después Alberto Isaac convocó a sus amigos del ambiente cultural para participar en el concurso que lanzó el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica de la República Mexicana (STPC) para dar a nuevos valores la oportunidad de entrar a la industria.
Con un guion coescrito por el crítico de cine Emilio García Riera ambientado en Cuautla, En este pueblo no hay ladrones (1964) es la adaptación de un cuento que Gabriel García Márquez incluyó en el volumen de Los funerales de la Mamá Grande. La película obtuvo el segundo lugar en el certamen, pero ganaría el Leopardo de Plata en Locarno un año después y la Diosa de Plata para el mejor director en 1966. Con los años, la cinta se volvería una leyenda porque en escenas como la del billar aparecen de extra Luis Buñuel, José Luis Cuevas, Juan Rulfo, Ernesto García Cabral, Abel Quezada y el propio García Márquez.
SEÑOR DIRECTOR
Si bien su primera oferta se la haría tres años después el productor Alfredo Ripstein Jr. (padre de Arturo) para dirigir a Ignacio López Tarso y Gloria Marín en Las visitaciones del diablo, con un argumento de Emilio Carballido, a partir de 1968 Alberto Isaac empezó a cotizar como realizador.
Probablemente apadrinado por Abel Quezada que combinaba la caricatura con el trabajo como creativo para una agencia de publicidad, Isaac había dirigido entre 1953 y 1954 una serie para la naciente televisión llamada La familia Rábano, con el actor Héctor Lechuga y el patrocinio de los automóviles Hudson.
Ya enrolado en el sector oficial, le encomendaron las películas de los Juegos Olímpicos de México (1968) y la del Mundial de Futbol (1970). Firmó como director dos cortos: Cita en Guadalajara (1973), del que no aparecen detalles en las bases de datos (incluso ponen la fotografía de su hijo Claudio en lugar de la del Güero) pero se deduce que narra la visita del presidente chileno Salvador Allende a la capital jalisciense; y la Entrevista Echeverría-Ford (1974).
De su etapa comercial, lo menos que se puede decir de las películas que no ocurren en Colima es que están bien contadas y son de impecable factura: Tívoli (1975), ácida crítica de la prepotencia del regente Uruchurtu en un tono de nostalgia por el México que destruyó el desarrollismo; Cuartelazo (1977), cine político que narra el martirio del senador Belisario Domínguez; Las noches de Paloma (1978), su incursión en las tramas eróticas que dominaban el cine nacional de esa década; y Mariana, Mariana (1987), donde Alberto entró al quite tras la repentina muerte de José Estrada y, aunque ha envejecido prematuramente, es una bonita recreación de la novela Batallas en el desierto de José Emilio Pacheco.
COLIMA EN SU CINE
El cine de Alberto Isaac que habla de Colima tiene valores que la falta de distancia nos impedía reconocer a los espectadores locales. Ver en la pantalla a personajes como el infaltable Jorge Rocha hacía ruido, sobre todo cuando era evidente que no eran actores profesionales. Ver fincas como el entonces Salón Palacio decorado como una cantina de Guadalajara, movía a risa. Pero tres décadas después la realidad ya no se parece y logramos entrar en la convención.
Caído el régimen fascista, en Italia surgió el neorrealismo. Y es presumible que la estética de cineastas como Rossellini, De Sica y Visconti haya impresionado al joven Alberto, con su precariedad de recursos técnicos, una producción austera, uso de escenarios naturales y de gente común interpretando a personajes incidentales, así como el uso de voces dialectales: en las películas de Isaac, la gente dice “nango”. El rasgo identitario más claro con el cine italiano es el uso de un actor fetiche, que en el caso de Isaac fue Héctor Ortega.
Aunque son un homenaje a su tierra adoptiva, las películas del ciclo de Colima suponen un amplio abanico de temáticas e intenciones:
– Los días del amor (1972), el despertar sexual de un joven provinciano en el contexto de la guerra cristera;
– El rincón de las vírgenes (1972), canasta de cuentos rulfianos con el que Alberto consiguió asociar la geografía literaria del comal ardiente de Pedro Páramo (otra forma de llamar al llano en llamas) con el verdor exuberante de las huertas de Comala;
– Tiempo de lobos (1985), una visión del otro lado de la migración, la de los que regresan y se sienten desarraigados;
– Maten a Chinto (1990), eficaz thriller que narra un día violento en el Manzanillo de la segunda guerra, cuando habría sido creíble hasta que un submarino alemán emergiera en la bahía; y
– Mujeres insumisas (1995), graciosa exploración de lo que significa la lucha feminista en un pueblo tan conservador como Comala.
SE QUEDÓ CON LAS GANAS
Alberto Isaac decidió establecerse definitivamente en Comala cuando, tras ser invitado en 1982 por Miguel de la Madrid a presidir el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine, en el que habrían de confluir todas las paraestatales dedicadas a la producción, la distribución y la exhibición de películas), renunció intempestivamente.
No le gustó, confesaría después, que De la Madrid no estuviera dispuesto a entregarle las herramientas para poder emprender un auténtico rescate del cine nacional. El tiempo le dio la razón: había en el gobierno de don Miguel demasiados funcionarios interesados en anular la participación del Estado en la radio, la televisión y la cinematografía (como vimos cuando Carlos Salinas privatizó los medios públicos).
Pero antes de irse se dio el lujo de estrenar películas que la censura de todo tipo había mantenido enlatadas. Como la mítica La sombra del caudillo que molestaba a los militares que participaron en las intrigas que narra la novela de Martín Luis Guzmán y todavía estaban vivos en 1960, cuando Julio Bracho filmó esta película cuya influencia se deja sentir en Cuartelazo. O Las apariencias engañan (1978) de Jaime Humberto Hermosillo, donde se habla abiertamente de la transexualidad.
MEMORIA Y OLVIDO
Vecino del pueblo que había proyectado a nivel mundial (¿cuánto habrán pesado las películas de Alberto para el nombramiento de “pueblo mágico” de Comala?), no pocas veces Isaac topó con la resistencia de los lugareños a cualquier forma de preservación patrimonial.
Por ejemplo, cuando Alberto encabezó un movimiento cívico en contra de las huellas de rodamiento las autoridades municipales lo combatieron porque veían la obra como un signo de modernidad. Al final, los activistas no pudieron salvar los empedrados tradicionales pero consiguieron una solución salomónica: las huellas de rodamiento se fraguaron con piedra ahogada en concreto.
En Comala quedó abandonada la casa que habitó Alberto Isaac antes de instalarse definitivamente en la ciudad de Colima (donde todavía daría la pelea contra el falso portal de La Marina en la calle Madero). En algún momento, en esa finca campestre funcionó el taller de gráfica La Parota. Pero la propiedad quedó fuera hasta del mercado inmobiliario. Sobra decir que si estuviera en Mazamitla, Tapalpa o en San Miguel Allende, ahí operaría un hotel boutique.
Con otra visión empresarial, la finca donde se rodaron las escenas de Lucas Lucatero en El rincón de las vírgenes sería un museo de sitio, un atractivo turístico tan rentable como el Hotel California en Todos Santos, BCS, y no la cocina del centro de espectáculos Don Comalón.
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