La turismofobia es la actitud de rechazo de los habitantes de una población hacia los turistas y es algo que cada vez se encuentra más presente en diferentes ciudades que reciben una cantidad de turistas que superan la capacidad de su infraestructura, es decir, que se ven rebasadas por los turistas y, entonces, la afluencia de visitantes, resta calidad de vida a los vecinos de esas poblaciones.
Barcelona, Valencia, Venecia o Dubrovnik son algunas de esas ciudades que dan muestra de tal rechazo, pero comienzan a observarse algunos signos de la misma en otras como París o Amsterdam. De pronto, los lugareños comienzan a darse cuenta que visitar los museos, templos o monumentos de sus propias ciudades resulta incómodo porque son rebasados por los visitantes o que sus comercios tradicionales se transforman para dar paso a tiendas de souvenirs o de productos destinados a los turistas; o bien que, ellos mismos deben adquirir los productos tradicionales de su ciudad, a precios superiores porque éstos se fijan en función de lo que los turistas están dispuestos a pagar por ellos. O bien, que esos productos tradicionales se transforman para bajar de calidad o para adecuarse al gusto de los visitantes.
Otro importante factor es la lucha por espacios en el transporte público o por los sitios para estacionarse. Los lugareños se preguntan Y yo ¿Qué obtengo del turismo? Y la respuesta muchas veces resulta muy clara: Nada positivo, sólo incomodidades y sobreprecios. Esto resulta particularmente válido en aquellas poblaciones en donde los beneficios generados por el turismo van a parar a unas cuantas manos y el grueso de la población no obtiene un beneficio económico a cambio de sus molestias.
En Comala, empiezan a observarse algunos signos de esa turismofobia. Y es que la actividad turística ha crecido a lo tonto, como consecuencia de la incapacidad de los gobiernos locales para planear y guiar adecuadamente al inversionista (incluido el inversionista local). Resultan demasiado ambiciosos y desean que la afluencia de visitantes crezca de manera ilimitada sin preocuparse por hacer algo para merecerla, como si quisieran hacerse ricos obteniendo el premio mayor de la Lotería o como producto de un milagro de la Virgen de Talpa. El turista, además, va en busca de algo más que la gente sencilla del lugar que visita, y hay que saber satisfacer sus necesidades. Gastará dinero, pero a cambio de que se colmen sus deseos o necesidades.
Y esto, parecieran ignorarlo nuestras autoridades, o tal vez, de plano lo ignoran. Comala es muy bonito, lo decimos propios y extraños, pero, así como los comaltecos a veces, sentimos asfixiarnos, los turistas también lo sienten. Así como nosotros a veces, nos sentimos secuestrados, los turistas también lo sienten. Así como los comaltecos a veces, nos sentimos asaltados por algún vendedor, los turistas también lo sienten. Es urgente tomar medidas para mejorar la calidad de vida que los comaltecos hemos perdido, y también para que nuestros visitantes se sientan cómodos entre nosotros.
Lo primero que salta a la vista como evidente (para todos, excepto para las autoridades) es que falta capacitación tanto entre los vendedores como entre los prestadores de servicios y, por supuesto, entre las autoridades. Hay que saber atender al comalteco y al visitante. Hasta ahora, la hemos llevado con ocurrencias y eso, no se vale.
Un ejemplo muy evidente son los lugares disponibles para estacionamiento: Los visitantes de Colima, La Villa y otras poblaciones cercanas, empiezan a sentir flojera de visitarnos porque carecen de un lugar para dejar sus autos. No muestran el menor interés por la actividad del d. j. que nos programa y obliga a escuchar, cada vez que se le ocurre, Las Chiapanecas en el seudo carrillón del reloj.
Y cuando vienen las fiestas y se arman los mega botellones, requiere lugares a donde pueda ir a tributar a la naturaleza por los excesos de lo consumido, no les interesa tomarse fotos o selfies en el letrero que marca el nombre del pueblo. Primero se atiende lo básico y después, el pueblo calificará las ocurrencias para que se implementen las que los comaltecos elijamos.
El Barrio Alto ha de ser marcado como de interés turístico y tiene muchos meses que parece zona de guerra. Para nosotros es incómodo y a los turistas les produce miedo, pues temen que encontrarán a un terrorista del Estado Islámico. Las obras públicas han de desarrollarse en el menor tiempo posible y proporcionando la menor cantidad de molestias a los vecinos. Qué ¿no lo saben?
Y a los inversionistas hay que ayudarles a proteger sus inversiones y eso sólo se logra asegurando una afluencia mayor de visitantes que sean bien tratados. El pueblo, entonces (léase, el común de los comaltecos) debe estar contento con los turistas. De otro modo, las inversiones jamás se recuperarán.
Los comaltecos debemos estar contentos y ser protegidos por nuestras autoridades. Si se checan los precios de varios productos vendidos, sobre todo en el Centro, se verá que los precios son excesivos y no corresponden al poder adquisitivo de los comaltecos y que no corresponden a la calidad de los mismos. Los habitantes del pueblo nos hemos dado cuenta desde hace mucho que muchos comerciantes nos roban el espacio público y sobre eso, buscan quitarnos nuestro dinero ¿Cuándo se darán cuenta de ello las autoridades? Y una vez que se enteren ¿Cuándo actuarán?
Si deseamos los beneficios del turismo, debemos trabajar ya. Y es un decir el debemos, quienes debieran tener las manos en la obra, son las autoridades. El programa Pueblos Mágicos sólo ha servido para enriquecer a unos cuantos vivos. Al pueblo le ha acarreado más dolores de cabeza que beneficios. Ya basta. Estamos nerviosos esperando la llegada de diciembre.
Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.