De ópera, historia y política

Las noticias relacionadas con la política tienen una secuencia sin fin. Se suceden con diferencia de minutos y nos aturden. Por otro lado, siempre surgen imágenes de un pasado reciente que vivimos, tanto el juntador de estas letras como muchos de sus lectores: Por ejemplo, el día que esta columna se escribe resulta inevitable que nuestra mente recuerde dos capítulos particularmente dolorosos de la historia reciente cuyo aniversario se conmemora: La caída del régimen de Salvador Allende y su muerte, así como los atentados contra las torres del Centro Mundial de Comercio en Nueva York. Hago a un lado las noticias y losrecuerdos para comentar, en vez, algo grato.

Menuda sorpresa se llevó el escribidor en relación con lo publicado en la última entrega de CON SAL Y LIMÓN. La ópera interesa mucho más de lo que imaginaba a los pocos lectores de esta columna. Además de los comentarios que son públicos, recibí algunos mensajes (la mayoría por el guasa, o como se llame la tal aplicación esa), que activó varios chats y otros, por la vía telefónica o a través del Messenger. Aunque varias veces he escrito que esta columna no es de complacencias, si tengo, obviamente, el interés de seguir aquellos temas que interesan a los lectores, pues me gusta tener temas de conversación con mis amigos y que se activen los canales de comunicación con ellos. Me sugieren ocuparme de cantantes, de autores, de óperas específicas, de la relación entre la ópera y la política e incluso, en el extremo, que esta columna abandone todos los demás temas y se consagre a la ópera como único tema. De las peticiones más específicas, me ocuparé y periódicamente hablaremos de esos temas y aseguro desde hoy, que hablaré de mis gustos y preferencias y que, seguramente muchos, compartirán mis opiniones.

Sí hay una relación entre muchas óperas y la política. Como se afirmó, la ópera fue un importante vehículo de comunicación en los años pasados, particularmente durante el 19 y el inicio del 20. Verdi fue una figura política, pero no fue el único músico que se convirtió en tal. Bien podríamos citar en ese caso a Beethoven, Chopin, Smetana, Sibelius, Paderewsky, Shostakovitch, Wagner o a Richard Strauss. No todos hicieron óperas y algunos fueron figuras políticas de manera indirecta o accidental, pero esa relación existe. Y no me refiero a aquellas canciones que han acompañado a las diversas luchas o guerras, que las hay y son muchas. Pero existe un puñado de óperas cuyo tema se relaciona directamente con la política o con la lucha política.

Andrea Chennier de Umberto Giordano o Un Baile de Máscaras y Don Carlos de Giuseppe Verdi son buenos ejemplos de ello; además obviamente de Nabucco y Fidelio citados en la anterior entrega. Libretistas y músicos trabajaron sobre temas que resultaban de interés para la gente de su época y a los empresarios les interesaban porque adivinaban el éxito que se reflejaba en las taquillas. Verdi sin duda, logró captar el sentir de una época y el de un pueblo, lo que lo catapultó a convertirse en una pieza fundamental del Risorgimento.

Debe quedar claro que Verdi no fue ni pretendió ser lo que Mazzini, Garibaldi o Cavour, que consagraron sus vidas a ser revolucionarios en la acepción literal de la palabra, sino que después de su éxito con Nabucco, entendió que podía musicalizar el sentir de su pueblo y alimentar la mecha nacionalista que ya se había encendido. Era el italiano, un pueblo ávido de tener sus propios ídolos, que lo entendieran y dieran expresión a sus inquietudes. Y eso fue justamente lo que hizo Verdi y lo hizo muy bien, porque para ello puso en juego su indudable calidad musical. Y eso es lo que lo convirtió en ídolo, pues fue consagrado en vida. Para quien lo dude, solo cabría recordar lo sucedido durante sus multitudinarios funerales en el Doumo de Milán (la Catedral milanesa) y su inhumación. No cualquiera estrella de rock provoca hoy las multitudes que Verdi reunió hace más de cien años, cuando la comunicación era otra cosa.

Verdi ya era un patriota desde antes del encuentro con Giovanni Merelli narrado antes, pero Nabucco le dio ocasión para expresar lo que sentía, pues identificó que, en su momento, lo que fue el pueblo judío, lo era entonces el italiano, y lo que para el primero representaba el déspota Nabucco (Nabucodonosor), eran para el segundo, los austriacos que entonces oprimían a los lombardos, los piamonteses y los vénetos. Es decir, Verdi (con la ayuda de Solera), dijo a aquellos oprimidos, justamente lo que querían escuchar y les dio al mismo tiempo una voz propia.

Tendremos oportunidad después de ocuparnos del argumento de otras óperas revolucionarias. Ahora solo aprovecho el tema para redondear lo dicho en relación con Nabucco.

Como complemento diré: Giueppe Mazzini (1905-1872) fue un periodista, político y activista por la formación y unificación italiana; se le conoció como El Alma de Italia. Giuseppe Garibaldi (1807-1882) fue un militar y político luchador también de la unificación italiana y luchó también en Brasil, Uruguay, Perú y Nicaragua. Rubén Darío se refirió a él como prodigioso mosquetero de la libertad y aventurero de la gloria. Camillo Paolo Filippo Giulio Benso, Conde de Cavour (1810-1861) fue un político y estadista durante el Risorgimento y de la Italia unificada.

La Plaza Garibaldi, famoso lugar de reunión de mariachis en la ciudad de México tomó su nombre por el general Giueppe Peppino Gaibaldi (1879-1950), nieto del anterior y que llegó a México en 1911 y combatió al lado de Madero en Chihuahua. Este había nacido en Melbourne, Australia y luchó en diferentes países. Fue general del ejército maderista y se dice que no contaba con las simpatías de Pancho Villa ni de Pascual Orozco. Se fue de México en 1912 y aquí se le conoció como José Garibaldi. Acompañó a Francisco y a Raúl Madero en el mismo automóvil durante la marcha de la victoria el 7 de junio de 1911, cuando Madero marchó triunfante a su entrada a la ciudad de México.

Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.

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